¿Podría un doctor puertorriqueño ganarle al 5% de probabilidad de supervivencia de COVID-19?
By Nancy Brown, American Heart Association CEO
Durante más de 30 años como médico de sala de emergencias en Puerto Rico, Ángel Dávila estableció una reputación como doctor competente y dispuesto a ayudar a toda persona que conociera, y, habiendo trabajado en hospitales por toda la isla, había conocido a mucha gente.
Dávila también tuvo renombre como deportista. Había representado a Puerto Rico en competencias internacionales de judo, ski acuático y, su verdadera pasión, navegar en velero. Ha salido con las mejores tripulaciones de la isla, retornando muchas veces con el trofeo ganador.
Entonces, cuando Dávila pasó de atender a pacientes con COVID-19 a convertirse en uno de ellos, todos los aparatos en Puerto Rico y el mundo sonaron con el timbre de la noticia.
Lo que acontecía parecía empeorar de inmediato: aún con el respirador artificial que le bombeaba oxígeno a los pulmones, el cuerpo de Dávila necesitaba más. Los culpables eran los coágulos sanguíneos: tenía más del 3.000% que lo debido. El médico que lo atendió, amigo suyo desde la facultad de medicina y tan cercano que se consideraban hermanos, le dio a Dávila el 5% de probabilidad de salvarse.
El personal médico le administró todos los medicamentos que pudieron. También actualizaban diariamente a Laura, su esposa. Debido a la pandemia, ella tenía impedido estar en el hospital, aunque de todos modos no pudiera ir por estar batallando también con un caso más leve de COVID-19.
Cada vez que la llamaban del hospital, Laura corría la voz entre sus familiares y amigos, quienes luego compartían las noticias con otras personas. Muchos hicieron lo único que se podía en estas circunstancias: rezar.
¿Serían suficientes los medicamentos experimentales, las oraciones y su voluntad de vivir?
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Como director de la sala de emergencias del Hospital HIMA San Pablo Cupey, Dávila sabía que se exponía a un alto riesgo frente al coronavirus.
Sin embargo, una infección respiratoria llamada neumonía por micoplasma, fue lo que lo afectó primero.
Dávila cursaba un régimen de 10 días de antibióticos cuando pareció empeorar. No podía mantener nada en el estómago y tenía una fiebre ligera y debilidad. Decidió ir a su hospital para que le pusieran suero.
Pensó que, seguramente, esto venía de la neumonía o la medicina, o ambas cosas. No obstante, se hizo un análisis de sangre para detectar el coronavirus. La prueba salió negativa, pero se consideraba poco confiable. Entonces Dávila también se sometió a una prueba con hisopo.
Los resultados seguían pendientes cuando se sintió lo suficientemente fuerte para irse a su casa.
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Entre sus cosas favoritas de Puerto Rico, Dávila ama la posibilidad de estar siempre a dos horas de mar abierto, el Caribe hacia el sur, el Atlántico por el norte. También, aunque le encanta flotar en el agua en sus veleros, es aficionado de contemplar la colorida vida marina muy por debajo de la superficie.
No buceando con tanque, sino libre. El tipo de buceo que requiere retener la respiración durante largos periodos. Eso, y su entrenamiento en artes marciales (taekwondo, kung fu y aikido, así como judo), le había dado pulmones fuertes.
Sin embargo, días después de que la prueba del hisopo regresara positiva, se vio jadeando para poder tomar cada respiración.
Dávila regresó a su hospital, pero de inmediato lo trasladaron a la unidad de COVID-19 de un hospital hermano donde Dávila había trabajado la mayor parte de la década de los noventas.
Muchos de sus excolegas aún trabajaban allí, incluido su "hermano", el Dr. Ramon Suárez. El resto del personal de la unidad sabía de él, pero aún así, Dávila nunca se había sentido tan aislado.
Todos traían puesto tanto equipo de protección personal que hasta las personas que conoció durante décadas tenían que identificarse frente a él. Tampoco podía sacarse esta idea de la cabeza: "sales vivo o sales muerto".
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Entre los muchos aspectos diabólicos de COVID-19 está la variedad de sus manifestaciones. Para Dávila, la preocupación principal eran los coágulos.
Estos le invadieron los pulmones llenando los espacios reservados para el oxígeno. Por eso luchaba para respirar.
La gravedad se pudo ver en los resultados de un análisis del fragmento de proteína que indica cómo se está coagulando la sangre.
- El rango normal es de 500 nanogramos por mililitro, o menos.
- Dávila tenía un conteo de 15.000.
Al día siguiente, cuando apenas y le funcionaba un pulmón, los médicos sedaron a Dávila y lo pusieron en un respirador artificial.
Supuestamente, esta máquina le mantendría oxigenada la sangre a un 100%. Horas después, su nivel de oxígeno en la sangre bajó a un 70%.
Fue por eso que Suárez dijo que Dávila tenía un 5% de probabilidad de supervivencia.
Con una tasa tan baja, el equipo médico, que incluía a los pulmonólogos Arlene Hernández y Samuel Valentín, probaron todos los tratamientos experimentales que pudieron. Dávila recibió células madre, vitamina K, plasma de convaleciente y otros medicamentos antivirales. Todo esto ocurrió bajo la supervisión del director general del sistema hospitalario quien requirió que el personal le llamara dos veces al día para informarle acerca de los seguimientos.
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Aunque Dávila estaba inconsciente, su mente le daba vueltas.
La mayoría de sus visiones eran perturbadoras, como cuando imaginó que veía a los demás pero que ellos no lo podían ver a él.
Al despertar procesó lo que encontró como otra escena cruel. Gritó una grosería y se agarró la cara. Luego comenzó a jalarse la sonda de alimentación que tenía metida por la nariz hasta el estómago.
"¡No se mueva!", le dijo un hombre que corrió hacia él cuando escuchó la grosería. "Pensamos quitarle las sondas. ¡Por favor quédese quieto!"
Dávila siguió agitado. Una enfermera pidió ayuda. O sea, llamó a Laura y puso el teléfono al oído de Dávila.
"Tranquilo", le dijo Laura calmadamente. "Yo estoy bien. No te preocupes. Obedece las instrucciones".
Eso hizo entonces.
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Cuando Dávila recuperó bien el conocimiento, se dio cuenta de que tenía la cara y las manos hinchadas.
No obstante, pudo mover los dedos lo suficiente para ir repasando los mensajes en su teléfono. Tenía más de 800 de todo Puerto Rico, Estados Unidos, México, Colombia, incluso de unas monjas de un convento francés. (Su red incluye compañeros voluntarios de mi organización, la American Heart Association, ya que Dávila es parte de nuestra junta de directores de la Región Sureste).
El tono de los mensajes era el mismo: estamos rezando por ti.
"Las oraciones llegaron", dijo. "Me ayudaron a levantarme".
Al tercer día de haber despertado, Dávila les respondió a sus admiradores, dándoles las gracias a todos, por todo, con un video que tomó con su propio teléfono. Esperaba también aprovechar el poder de ese momento. Cuando la gente lo vio en su cama de hospital, claramente acabado por su ordalía, insistió que todos debían tomar cada una de las precauciones posibles.
El video hizo las rondas entre su familia y amigos, llegando luego a las redes sociales y finalmente a los medios noticiosos. Es difícil calcular cuánto se expandió. Se hizo viral gracias a que muchísimas gentes lo publicaron en tantos lugares. Dávila calcula que lo han visto 250.000 personas.
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Antes del coronavirus, Dávila llevaba una temporada cuidándose la salud y había perdido casi 50 libras. Nunca ha fumado y raramente bebe.
Por el coronavirus, Dávila adelgazó otras 26 libras y se le debilitaron los músculos. Necesitó tres semanas de rehabilitación para volver a aprender a sentarse y luego pararse y caminar.
"Parecía bebé de seis meses porque solo podía comer, hablar y ... bueno, ya saben qué otra cosa", dijo riéndose. "Crecí unos dos meses diarios. Ahora ya soy niño de tres años".
El día que salió del hospital, el personal médico se alineó en dos filas sobre el pasillo para celebrarlo mientras pasaba en silla de ruedas. Los reporteros de la televisión documentaron su "vuelta de la victoria", comentando la historia de este excampeón de judo que le ganó a la probabilidad del 95% de morir.
"Soy un luchador", dijo Dávila.
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Pasados casi dos meses desde que le quitaron el respirador, Dávila todavía tiene manchas negras y azules del lado izquierdo del cuerpo, sobre todo en la espalda. Tiene entumecimiento en la parte interna del muslo y el pie izquierdos y en varios dedos del pie derecho. Ahora también tiene un nudo por debajo de la rodilla izquierda. Todos estos son efectos persistentes de los coágulos.
Al mismo tiempo, su esposa tuvo suerte. Su caso de COVID-19 nunca llegó a ser más que fiebre ligera y debilidad. Su hijo Andrés, de 22 años, también fue afortunado y siguió sano.
Andrés vivía en ese entonces con sus padres. Cuando ellos tuvieron su análisis positivo, él se fue a vivir con su hermano Ángel de 29 años. (Las carreras de sus hijos proceden de la influencia del padre: Ángel es miembro del Guardacostas y Andrés acaba de completar su primer semestre en medicina).
La primera noche que Dávila estuvo de vuelta en su casa, los cuatro disfrutaron una gran torta de color azul de mar. Además de las razones obvias de la celebración, había que recuperar tiempo perdido. Dávila cumplió 63 años cuando estaba sedado.
Se ha sentido inquieto desde que regresó a casa. Quiere trabajar nuevamente. El director general le dice que se tome tiempo, pero por fin acordaron una fecha para que comience. Regresará la próxima semana.
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